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Mostrando entradas de octubre, 2020

X (sobre el clickbait y El País)

El 25 de octubre de 2020 El País publicaba en su web el siguiente titular: "España, en Estado de Alarma". A estas alturas todos sabemos qué supone el clickbait como ciénaga lingüístico-moral, y a estas alturas rondaba sobre todo los bajos fondos de las webs ─o la cabecera de medios basura─, pero de un tiempo no muy lejano a esta parte se incorpora poco a poco al lenguaje de titulares de transcendencia en medios que, tanto para bien como para mal hoy, también son de transcendencia. El ejemplo que se pone es evidente: no tiene sentido que un periódico español se refiera a España como si fuera esta algo ajeno, distante; sería totalmente entendible que, por ejemplo,  ─y así ha sido─  The Guardian publicara "Spain declares Covid state of emergency" o que The New York Times publicara "Spain Declares State of Emergency and Set Nationwide Curfew", pero lo que ha sucedido en El País no tiene ni pies ni cabeza desde un punto de vista pragmático, ¿o es que acaso

IX (sobre pensantes mediáticos)

No escribe Javier Marías como novelista los domingos, no lo hace como agente de la ficción, sino como mágico monologuista, como un croupier de la opinión; y, en estas, nos concede un paradigma de ese pensamiento tan de los del 78, ese pensamiento sostenido, a día de hoy ─y aún más para los jóvenes de izquierdas─, por cuatro pilares evidentes: ramplonería, agudeza, desafío y suficiencia.  Cada domingo me quedo raro después de leer su columna, con un estupor o incomodidad que aún a día de hoy me es difícil describir certeramente, pero diría, como aproximación solo sensitiva ─recuérdese la inevitable impulsividad de estos textos─, que se trata de una mezcla vívida y posible entre fascinación y aplomo. Si leen vuestras mercedes la columna de hoy día 25 como ejemplo, tal vez entiendan estos embrujados sentimientos; no me es difícil encontrar cierta lucidez en su reflexión, pero al mismo tiempo percibo que sucumbe a un hieratismo crítico considerable. ¿Qué hay detrás de todo esto? ¿No me es

VIII (sobre el amor)

Las lianas y la humedad se adensan y parece que se multipliquen: sí, la oscuridad y la incertidumbre tienen eso, que lo desconocido, por desconocido, se plantea como un misterio para nuestra naturaleza resolutiva y superviviente, y este misterio torna rápido en reto y el reto en problema y el problema en peligro, y de pronto tus pupilas se dilatan y se calienta tu cuerpo y se enfría tu mente, y he ahí tú en tu esplendor, he ahí tú en lo máximo de tu sangre y tus fibras, he ahí la expresión perfecta de tu naturaleza.

VII (sobre una cosa importante)

Al margen de parecer un neo-Tarzán con bañador de licra ejecutor de fenomenales planchazos, el personaje de Burt Lancaster en El nadador es, sobre todo, un dios, un dios verdadero, es decir, un ser atemporal ─que no omnisciente ni omnipresente ni eterno (cosas chabacanas)─, sino atemporal, el que consigue, desde el mundo de las ideas, sortear ejemplarmente los atribulados designios de la podredumbre biológica que es nuestra vida, abocada a la linealidad y al fin material. Ya lo precedieron o continuaron en la ficción otros muchos, siendo el más insigne de todos Alonso Quijano, que por correspondencia valdría decir aquí que es un Zeus; otros han sido Dorian Gray o el funambulesco Pedro de Arrebato . En la vida real lo habrán sido y lo serán quienes hayan logrado atravesar el más radiante de los límites: que mediante la ensoñación ─es decir, la mezcla perfecta entre desarraigo, deseo y consciencia─ hayan penetrado en un nuevo orden perceptivo, tanto que la realidad les suponga un alejad

VI (sobre no descubrir nada a estas alturas / sobre Lolita, de V. N.)

 Poéticamente hablando, amén. 

V (sobre la única salida)

Trata de erigir una obra notable, un material que perdure en los sueños y el polvo de la gente; una historia, una alucinación que hierva punzante en su sonrisa: quiero que la ames, que te vuelvas loco, que la rastrees en todas partes, que tu vida sea ella, que te veas al borde del infierno, que la tengas grabada horriblemente en las manos como la cicatriz de un clavo, en la boca como la niebla de un beso. Piensa en ella por las noches, que fulja en tu migraña, en tu gozo, en tu hambre. Toma esto para tus ojos, para tu estómago, para tu uñas. Yo ya he sucumbido, y menos mal.

IV (sobre el modo adecuado de la poesía)

A lo largo de la línea de árboles, después del puente, entrando en la hoz, el azul es denso: la luz queda atrás y a este lado sólo entra el silencio, de modo que todo se condesa en un calor cromático uniforme que se pega al cuerpo, y la metáfora desaparece, y así con violencia surge la simbiosis, es decir, el todo es la nada, y viceversa; pero sobre todo el todo es la nada, sobre todo hay una desaparición.

III (sobre Takeshi Kitano)

Quisiera saber qué se esconde detrás de ti, qué albergan tus pensamientos en las cálidas noches de Okinawa, qué brujería definitiva nos mostrarás cuando ya no estés pero tu rota sonrisa refulja aún en nuestro anhelo infinito. Quisiera saber qué piensas a cada momento del día, qué opinión te merecen las cosas del mundo, qué harás ahora mismo, ahora mismo que irremediablemente compartimos este frágil segmento temporal del universo: separados seguramente por miles de kilómetros, estamos juntos si de tiempo se trata, de modo que siento tus olas cerebrales, y no me es difícil concebir tu pulso, tu movimiento, tu visión. Estás en mí cuando quiero que lo estés; en mí como lo están la luz o el agua, la incertidumbre o la risa. Veo tus películas en las noches de insomnio ligero, cuando la mente se queda atrapada entre la impaciencia y el amor, entre la virtud y la soledad. Caigo en ti sin pensarlo, dispuesto a la vida y dispuesto a la muerte, y poca gente es capaz de insuflar una convicción sem

II (sobre una película)

En su cortedad de miras, uno siempre se pregunta por la transcendencia; por ejemplo, esta noche me pregunto por la transcendencia de una película:  Arrebato, de Iván Zulueta. El tipo de transcendencia de la que me ocupo no es religiosa o mística, ni moral, y casi ni siquiera artística, sino que se trata de una transcendencia que responde a otro paradigma estético mucho más revelador, mucho más fiable, y que además supone el resorte de su naturaleza misma como "transcendencia": la vanidad. Las preguntas que me inyecta la vanidad respecto a esta cinta ya archicomentada son de la mayor pureza: ¿Quién, fuera de los territorios de nuestro país (siempre dudando de la universalidad de lo español...), ha decidido que esta película iba a trastornar su propio arte, aunque dicho arte sea tan solo su propia vida? Imaginemos a un lejano estudiante de cine actual (con "estudiante" quiero decir artista o cinéfilo particular, porque en el arte, y mucho más en la literatura, los que