II (sobre una película)

En su cortedad de miras, uno siempre se pregunta por la transcendencia; por ejemplo, esta noche me pregunto por la transcendencia de una película: Arrebato, de Iván Zulueta. El tipo de transcendencia de la que me ocupo no es religiosa o mística, ni moral, y casi ni siquiera artística, sino que se trata de una transcendencia que responde a otro paradigma estético mucho más revelador, mucho más fiable, y que además supone el resorte de su naturaleza misma como "transcendencia": la vanidad. Las preguntas que me inyecta la vanidad respecto a esta cinta ya archicomentada son de la mayor pureza: ¿Quién, fuera de los territorios de nuestro país (siempre dudando de la universalidad de lo español...), ha decidido que esta película iba a trastornar su propio arte, aunque dicho arte sea tan solo su propia vida? Imaginemos a un lejano estudiante de cine actual (con "estudiante" quiero decir artista o cinéfilo particular, porque en el arte, y mucho más en la literatura, los que estudian para crear suelen ser los aficionados, y no los auténticos creadores, ya sean estos pésimos, geniales o del concurrido montón) maravillado por las cabriolas de David Lynch, por ejemplo. ¿Ha visto David Lynch Arrebato; en qué año lo hizo? ¿Ha visto Darren Aronofsky Arrebato? ¿Ha visto Tim Burton Arrebato? ¿Ha visto Richard Kelly Arrebato? ¿Ha visto Noah Baumbach Arrebato? ¿Ha visto David Robert Mitchell Arrebato? ¿Ha visto Midi Z Arrebato? ¿Ha visto Oz Perkins Arrebato? Tarantino sí, es un puto pesado...

    Imaginemos a miles de estudiantes de cine viendo por vez primera Arrebato; imaginemos a miles de estudiantes de cine estallar de placer; imaginemos a miles de estudiantes de cine saltar sobre el sofá, la cama, la butaca u otro cuerpo humano al llegar al final de la película e iniciarse los títulos de crédito. La revelación es insoportable, así es que toda violencia se hace comprensible. "El arte español tiene tres hitos: El Quijote, Las meninas y Arrebato", proclama histérico un estudiante de cine chino (el estudiante es chino, pero el cine que ve es europeo; en adelante, se pasa al femenino para evitar tan desternillantes anfibologías); "Arrebato es la gran película imperecedera sobre el metacine, nada mejor podrá venir, nada puede escapar", escribe furtivamente en su libreta una estudiante de cine hollywoodiense (¡vaya, una "e"! ¿es hollywoodiense la chica o el cine?) mientras se encienden las luces de la sala; "Quizá Inland Empire es lo que hay dentro: quizá Zulueta rodó el camino (el arrebato) y Lynch el interior (el éxtasis)", se dice una estudiante de cine palestina mientras tiembla de impresión; "No se puede negar que hay una verdad oculta pero inevitable y ensalzada en la transparencia bifurcada de la ficción, y que es casi siempre la muerte", medita una estudiante de cine portuguesa que en realidad es poeta; "Arrebato es la historia sobre las ciénagas de la adicción", escribe una gilipollas desde su cátedra de Realismo Recalcitrante.  

La idea perdurable es la urdida por la chica palestina, creo yo: Inland Empire es lo que esconde Arrebato.

Otra gran idea es la que nos ha dado el chino, de la que se concluye que las tres grandes aportaciones españolas al arte universal son esencialmente metaficcionales, cosa que se perpetuaría si consideráramos Tu rostro mañana como la cuarta y última, de momento. 

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